– Pero ciertamente están pensados para permanecer en la memoria colectiva de la humanidad.
– No hay duda de que conectamos con algo, una humanidad de algún tipo que en Bilbao era diferente. Y creo que es por el momento en que llegué y por la situación que se vivía en Bilbao.
– Usted pasó mucho tiempo estudiando el pasado de Bilbao.
– Sí, leí mucho de ello y hablé con otra gente. Todavía estoy muy impresionado con los vascos. No sé si tengo razón, pero creo que allí estaba pasando algo que no ocurría en Nueva York ni en Los Ángeles.
– ¿A qué se refiere exactamente, qué es lo que sintió?
– Es el estatus de lo que estaba ocurriendo en el mundo del arte. Tiene que ver con que Rauschenberg, Jasper Johns, Claes Oldenburg y otros amigos míos estaban mirando al mundo de forma diferente. Y creo que Tom Krens es un genio, un extraño genio que tuvo una visión.
– Usted llegó a pensar en comprarse una casa en Mundaka. De haberlo hecho, ¿tendría ahora Bilbao una colección de sus edificios, cómo tiene Los Ángeles?
– Bueno, como le dije antes, no me han vuelto a llamar para hacer ningún otro edificio y han pasado 25 años, ¿no es así? Podían haber cogido el teléfono. Debe de haber alguna razón por la que no quieren dos Frank Gehry.
– Y como usted pregunta a los niños: ¿qué diez cosas quitaría o pondría en Bilbao?
– ¿Quitar? Nunca pienso de esa manera. Lo que me gustaría es hacer más edificios, pero como ellos no quieren... A mí siempre me habría gustado que la Universidad, la ría y los puentes se unieran al distrito cultural que está al otro lado de la propia ría.
– ¿Integrarla en la órbita del Guggenheim, como ha hecho con los alrededores del Walt Disney Concert Hall en Los Ángeles? Allí ha logrado un espacio mágico. Desde cualquier ventana del Hotel Grand hay una vista privilegiada del Concert Hall. Los edificios adyacentes lo abrazan y parecen rendirle culto en comunión con la naturaleza.
– Sí, pero eso no ocurrió por accidente. Tuve mucho cuidado de que fuera así. Yo hice la plaza y medí todo en relación con la escala del pabellón de conciertos. Los edificios comerciales no hacen eso.
– Mi padre también tiene 93 años, como usted. Yo le rindo reverencia a la gente tan mayor, porque creo que con la madurez llega un tipo especial de sabiduría.
– Ah, sí, ¡soy un tipo muy listo, ja ja!
– Bueno, no hay duda de que lo es. Muy poca gente llega al final de su vida con el respeto unánime de su gremio, aunque el éxito le llegara tarde. ¿Está usted satisfecho con lo que ha logrado?¿Hay algo que le gustaría que fuera diferente?
– Bueno, mi padre pensaba que yo nunca llegaría a nada. Se murió sin saberlo, sin verme triunfar. Eso me parece terrible. Siento mucho que no lo pudiera ver. Sé que lo habría disfrutado. Yo trato de darles a mis hijos la libertad de que sean lo que quieran ser.