Nuestros companeros
Fernando
Pescador
y
José
Luis
Nocito,
con
Olabegola,
el cuidador de Maiona;
José
Mari Montalt, el piloto
del helicóptero fletado por EL CORREO ESPAÑOL-EL PUEBLO VASCO y dos amigos.
Hasta don Diego López de Haro tuvo ayer su bandera rojiblan-
ca.
MAÑANA COMIDA CON
EL LEHENDAKARI
VITORIA. El lehendakari
Garaikoetxea, como sucedie-
ra el pasado año, ofrece ma-
ñana míercoles, en el palacio
de Ajuria-Enea, una comida a
los jugadores, directiva y
equipo técnico del Athletic,
que se desplazarán a Vitoria
para cumplimentar al presi-
dente del Gobierno vasco
tras la conquista de los títulos
de Liga y Copa para conme-
morar los dos títulos conse-
guidos. La llegada del auto-
bús que trasladará a la expe-
dición rojiblanca a la sede de
la presidencia del Gobierno
vasco está prevista a la una y
media del mediodía, culmi-
nando su recorrido por diver-
sas localidades de Vizcaya y
Alava, en las que recibirá las
aclamaciones de los aficiona-
dos que no pudieron despla-
zarse al recibimiento triunfal
de ayer en la ría bilbaina.
El pasado año, con motivo
de ganar el título liguero de la
temporada 1982-83, el presi-
dente Garaikoetxea también
ofreció una comida al equipo
campeón, que acudió a cum-
plimentarle a su residencia.
X"'
Eh
CORREO ESPAÑOL-EL PUEBLO VASCO martes, 8 de mayo de 1984
EL NERVION, EN ROJO Y BLANCO
Fletamos un helicóptero para obtener
mejores vistas aéreas
UNA JORNADA
EXCEPCIONAL A
VISTA DE PAJARO
José Olabegoia, 67 años de edad y 29 como
cuidador de las instalaciones de Maiona a duras
penas podía creer lo que veía: un helicóptero
pintado de rojo y blanco que-se venía encima de su
campo de fútbol. «lrrintzi», el pastor alemán de dos
años y medio de edad que le ayuda a proteger la
finca de los intrusos fue mucho más expeditivo
que su dueño: se lanzó bajo los patines del
helicóptero para, a colmillo descubierto, disputar
el espacio al visitante
inesperado. Un visitante, éste, que no era otro que
el helicóptero alquilado por EL CORREO
ESPAÑOL-EL PUEBLO VASCO para cubrir
alguna de las facetas informativas de la jornada de
ayer.
-Mira
-me dice Olabegoia
con un vaso de vino en la
mano tras haber domeñado a
«Irrintzi»-
aquí entrenan un
montón de equipos, al menos
diecinueve, pero hoy todos es-
tán abajo, en la Ría, recibiendo
al Athletic.
De allí, de la Ría, venía el
helicóptero fletado por El Co-
rreo, hábilmente dirigido por
José Mari Montalt, un valen-
ciano que dice no saber nada
de fútbol -lo cual no obsta
para que recuerdara la derro-
ta en domicilio propio infngi-
da por el Athletic al Valencia
en la anteúltima jornada de
Liga, y que situó al equipo de
Clemente en franquicia para
alcanzar el liderazgo.
Por cierto que José Mari
tiene experiencia singulares
en esto de trabajador con los
medios de comunicación so-
cial: ha trabajado en varias
ocasiones para el programa
«La busca del Tesoro» de
TVE, con Miguel de la Cuadra
Salcedo.
«El problema suele
ser
-nos dice-
que la cha
vale
ría se echa encima del heli-
cóptero, y trermina siendo
arriesgada la aproximación.
Ahora, después de aterrizar
no
veas:
al Miguel
«se
lo co-
men»
Unos minutos antes allá
abajo, en el corte del Nervión,
los redactores de El Correo
desplazados parra cubrir es-
ta faceta específica de la jor-
nada, la vista aérea de la noti-
cia, habían podido apreciar,
desde la tribuna excepcional
que constituyen los quinien-
tos pies de sobrevuelo de un
aparato de estas característi-
cas, el trajín que se traía la
gente allá abajo.
Era curioso: allá veías a la
gabarra del Athletic progre-
sar afanosamente por las en-
lodadas aguas del Nervión,
flanqueada por una infinidad
de pequeñas embarcaciones
atiborradas de gente. A medi-
da que el cortejo superaba las
«posiciones» que el público
había logrado tras largas ho-
ras de espera, éste las aban-
donaba para seguir a las em-
barcaciones, Ría arriba, has-
ta donde el resto de la hincha-
da lo permitiera.
Los puentes eran una ver-
bena. En el de Deusto, como
en el de la Solución centro, el
tráfico se detuvo para obser-
var el paso de las embarca-
ciones. Ya desde el Ayunta-
miento en adelante, el gentío
se constrenia sobre los puen-
tes, al punto de que parecía
imposible no sólo el equilibrio
del puente en sí, sino el de la
gente que lo ocupaba.
En San Antón, contenido
por un cordón de la Ertzaina,
el público se mantuvo a una
distancia prudente del lugar
por el que había de desem-
barcar al Athletic y a su cohor-
te. Por cierto que que hubo
dudas sobre a qué escalerilla
dirigir a la, famosa gabarra: si
a la del Mercado, o a la de San
Antón. Entre dimes y diretes
se perdieron allá varios minu-
tos, y para no importunar más
al público con el estruendo
del helicóptero, nos fuimos a
Maiona, a tomar un «chato»
con el bueno de Olabegoia.
Desde allí, desde el solita-
rio campo de fútbol al que
llegaban, atronadores, los
aupas trasmitidos por el ser-
vicio de megafonía situado en
el Ayuntamiento e inmedia-
ciones, oímos al Obispo pro-
nunciar su bienvenida y, más
tarde, el rugir de la multitud
cuando el equipo abandona-
ba la Basílica. A esta señal
nos volvimos a lanzar al aire
para observar la caravana
conformada por Policía autó-
noma y camión del Athletic,
cuyo descenso por la solu-
ción centro se hizo más lento
de lo previsto, para terminar
desembocando frente al
Ayuntamiento, en medio de
una masa de gente muchísi-
mo más que regular. Y si no,
juzguen ustedes por las foto-
grafías obtenidas desde el he-
licóptero que este periódico
dispuso para tan expreso fin,
en jornada tan excepcional.
ir - -
EL NEGRO DE LA SUERTE
Manuel Leguineche
MADRID. Lid. Fue para mi un partido en negro, de
negro, con negro, que aquí me he atascado como le ocurrió
a Pío Baroja en Coria con la gramática española. Fue un
partido en negro y eso es lo que me tocaba como tercer-
mundista, en el sentido literal y pigmentado, un ciudadano
negro que se encaramó sobre mi tribuna como Tarzán a un
árbol horas antes del partido y sin pagar. Allí lo encontré en
mi campo visual. De modo que mi final fue pasada por
negro acrobático y silencioso. Menos mal que en las
jugadas en el área del Athlétic me ahorraba de cerrar los
ojos porque allí estaba el pelo crespo del africano para
tapar peligros y conjurar amenazas. Se agarraba a la
barandilla con gran ciencia y en ningún momento perdió el
equilibrio. Estaba a punto de decirle al pobre hombre que
escurriera el bulto cuando descubrí dos cosas al mismo
tiempo: que era del Athlétic y que cada vez que con voz
monótona del Africa profunda decía «Bilba000» el juego
incisivo y racheado del Athlétic desbordaba al Barca. De
modo que le dejé allí como criatura de buen augurio a pesar
de que un espectador vecino, natural de Larrabezúa, me
decía a unos metros
«pues ya tiene usted mala suerte, de
cien mil espectadores que hay le ha tocado a usted el únido
negro».
Los africanos creen con gran fe en el «ju-ju», en el
hechizo, en el embrujo y Pelé encendía velas a la «umban-
da» antes de los partidos. A mí me bastó este negro de la
suerte porque a nuestro lado allá abajo la hinchada catala-
na lanzaba gases lacrimógenos de color verde antes de
que diera comienzo el partido. Uno puede soportar con
cierta gallardía una guerra, pero muy mal esta ducha
escocesa en forma de partido de fútbol. Sin embargo, en
cuanto vi llegar a César Menotti supe que ganaríamos el
partido. Allí estaba «el flaco», melancólico como un poeta
portugués, camino de su banquillo. Este hombre vive en
una contradicción permanente, sus ideas populistas y la'
caja fuerte de miles de millones en la que se ha metido y de
la que no puede salir. El partido del Barca fue el fiel reflejo
del rostro de Menotti, mustio, de pizarra mal planteada, de
pases cortos en la imposible búsqueda del genio. Un fútbol
con ayuda del árbitro de «coitus interruptus». Al Athlétic le
vi fehaciente, con gran fortaleza física. El partido con los
gritos y banderas fue coral, apabullante. Dice ahora Menot-
ti que de seguir así el fútbol terminará en corrida de toros.
Es muy ilustrado «el flaco» pero no ha leído a George Orwell
que allá por 1945 en su libro «El espíritu deportivo» decía
con toda razón que
«el fútbol
es
la guerra pero sin tiros».
Además yo no soy erudito de estas lides pero ¿recuerdan
aquel bronco y salvaje partido del Independiente argentino
hace como quien dice treinta años en San Mamés? «El
flaco» ha nacido para entrenador de un equipo ficción, de
un fútbol ficción, mucho fichaje y mucha computadora.
Recuerdo ahora y cito de memoria unas palabras que
vienen al pelo de un compatriota de mi negro del Bernabéu
el atleta de Kenya, Filbert Bayi, que descubrió muchos
años después lo de sudar la camiseta,
«los récords del
mundo son como las camisetas
decía,
cualquiera puede
comprarlas si trabaja por ellas».
Ese fue el Athlétic en la
final.
El fútbol pertenece tanto a los que juegan como a los
que miran y no es ya sólo el deporte concebido para
mantener a los mineros fuera de las calles o como algunos
han visto el instrumento de la hegemonía burguesa en el
sentido gramsciano, dominado por la idea falócrata de la
virilidad, etc., etc... Sino una religión del siglo, una catarsis,
una pasión liberadora. Con todos sus excesos. Los raros
devaneos de Schuster y su vocación de «palankari», el
sentido del ballet oblicuo de Maradona desataron ami lado
las iras de los rojiblancos.
Ya se sabe que el fútbol encubre algo más profundo e
intenso, en caso contrario no habría excitación, ilusión,
nirvana o placer. La última venganza del juego-y-no-puedo
contra el rodillo atlético fue ese final con karatecas de rojo
y azul. A todos nos agrió un poco la miel del triunfo en los
próximos minutos salvo al negro de la buena suerte que
cuando abandoné mi asiento seguía allí empinado en la
barandilla con su «tam tam» monocorde «Bilba000, Bil-
ba000». Qué menos podía hacer, le regalé mi gorra roji-
blanca con unas palabras en tres idiomas por si era de
Guinea, del Camerún o Sierra Leona, «Gracias,
macho,
te
la has ganado».


