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EL CORREO ESPAÑOL-EL PUEBLO VASCO martes, 8 de mayo de 1984
EL NERVION, EN ROJO Y BLANCO
Decenas de miles de personas aclamaron a los-campeones desde el Abra a San Antón
SINGLADURA TRIUNFAL
A bordo de la «gabarra de Caronte», el Athlétic surcó ayer en singladura
triunfal el trayecto que separa a los elegidos la orilla de la miseria terrenal
de la ribera de la gloria imperecedera entre el clamor de un todo un pueblo
que se volcó en ambas márgenes de la ría
para testimoniar a sus héroes su
más incondicional adhesión inquebrantable. Ayer más que nunca la gabarra
de los campeones fue Vizcaya entera, una especie de «gabarra Bizkaia da»,
porque todos los pueblos del viejo Señorío se veían reflejados en la nave
que transportaba a un puñado de mocetones al Olimpo donde moran los
mitos milenarios.
Fernando Iturribarría
La ría es el símbolo más representativo del dinamismo
emprendedor, el trabajo, el pundonor y la abnegación de
nuestro pueblo. Y la ría estuvo ayer con el Athlétic, un equipo
que recoge, corregidas y aumentadas, todas esas virtudes.
«Athlétic, la ria zuekin»
(Athlétic, la ría está contigo) parecía
gritar desde el Abra hasta Bilbao la arteria fluvial que ha
insuflado vida y desarrollo a esta tierra desde el confín de los
tiempos.
Son muchos los que pretenden reducir a la frialdad de unas
cifras estimativas la sintonía perfecta en que se únen equipo y
afición en una de estas fechas memorables. Un millón de
personas decían algunos que había ayer en torno a los
campeones. Tal vez. Lo cierto es que eran muchos los millones
de ilusiones y de sueños compartidos que se dieron cita ante
las turbulentas aguas del Nervión. Y como síntesis definitoria
de esta mágica comunión colectiva, un sólo grito brotaba de las
gargantas, ya totalmente rotas, de las miles de gentes aposta-
das en las orillas: campeones, campeones,
ohe,
ohe, ohe.
Luna rojiblanca
A las cinco menos diez de la tarde de un primaveral lunes 7
de mayo, fecha inscrita ya con tinta indeleble en los anales de
la historia del club de San Mamés, zarpaba del embarcadero
del Marítimo la gabarra que transportaba a los campeones.
Decenas de embarcaciones de todo tipo, gabarras, gasolinos,
traineras, remolcadores, veleros, zodiac, fuera-bordas.
txint-
xorros
y hasta algún pesquero, componían el cortejo que
acompañaba a los
leones
con cientos de banderas rojiblancas,
ikurriñas y el sonar de sus sirenas. Ni siquiera la luna, que
asomaba su blanca palidez en un cielo azulado, quería perder-
se la cita con estos chicarrones del Norte que arrastran en
copas tras dar un buen
tute
al resto de los equipos.
«No
te has
fijado nunca que la luna tiene
unas
rayitas rojas muy finas»,
le
comentaba persuasivo al oído un hincha a su amigo que, con
la vista en el satélite, ponía cara de candorosa credulidad. Ayer
todos los delirios tenían visos de realidad porque todos pare-
ciamos participar de un sueño colectivo.
Gracias Athlétic, tu si
haces
afición
era el mensaje de amor
que mostraba, por babor y estribor, una embarcación en
grandes pancartas. Los muelles del Abra se encontraban
atestados por una multitud de personas de todas las edades,
desde una chiquillería estridente hasta señoras que antesdea-
yer pensaban que una
liga
sólo servía para sujetar las medias.
Todos estaban con el Athlétic, con su equipo. El Alirón resona-
ba por la megafonía de la gabarra athlética y Vizcaya entera se
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e
Patxi Salinas, bandera en ristre, «castigando» al Codorniú.
Momento de partida de la poderosa «armada rojiblanca
».
EL ATHLETIC
SOMOS NOSOTROS
Bilbao fue ayer algo más que un delirio y algo más que
una fiesta. Fue una experiencia. Fue la comunión de un
pueblo con su equipo y, en lo profundo, la comunión de un
pueblo consigo mismo. Muchos se preguntan por qué el
Athlétic despierta tal entusiasmo, por qué cala hondo en la
idiosincrasia emocional de nuestra tierra y por qué se nos
ha convertido, desde siempre, en algo tan hondo, tan vivo
y tan nuestro como el Arenal, la ría o el puente colgante. Y
la razón, realmente, es muy simple:
el Athlétic somos
nosotros.
Casi sin excepción, los equipos de fútbol del
mundo entero son empresas, a manera de multinacionales
grandes o pequeñas, dedicadas a fabricar goles. Firman
talones, estudian cotizaciones y compran y venden acu-
diendo al mercado nacional o internacional, atentos siem-
pre al «marketing» y a la bolsa del fútbol. A veces consiguen
nóminas brillantes de jugadores y técnicos, ganan campeo-
natos, congregan a millares de socios. Pero por muchos
triunfos que acumulen, por mucho que contraten a jugado-
res famosos de otras tierras que a cambio de millones están
dispuestos a vestirse determinada camiseta durante una
temporada, el hecho cierto, indudable, es que siguen
siendo empresas dedicadas a fabricar goles. Esto es algo
que no me parece ni bien ni mal; me limito sencillamente a
constatar un hecho. Y por mucho que los «hinchas» se
identifiquen con esos equipos, por mucho que en las
camisetas de jugadores brillen los colores o el escudo de la
ciudad, el dato indiscutible es que son equipos que carecen
en cierto modo de
representatividad,
de auténtica, de
verdadera, de profunda, de popular representatividad. Les
falta raíz. Y un equipo sin raíz (aunque sea muy bueno) no
Luis de Castresana
PREMIO NACIONAL DE LITERATURA
es propiamente un equipo en su más hondo y primigenio
sentido emocional. Es hermoso el fútbol en sí y por si
mismo, como tal espectáculo, y hay jugadores venidos de
fuera cuyo juego es realmente admirable y digno de ver. No
discuto eso. Pero me parece obvio que once jugadores
contratados aquí y allá no constituyen, más bien, una
nómina.
El Athélic, que sabe ganar campeonatos, no es una
empresa, no es una multinacional fabricante de goles, sino
que es, con todas sus consecuencias, el equipo representa-
tivo de una ciudad, de una tierra, de una colectividad. Y eso
es lo que hace de él un equipo absolutamente entrañable y
lo que le da esa palpitación comunicante con su pueblo.
Siendo yo niño, mi padre solía llevarme a San Mamés como
un navarro lleva a su hijo a los Sanfermines a que corra los
toros por la calle de La Estafeta: con un sentido de orgullo,
de participación, de tradición local sentida y asumida por
todos. Cuando el Athlétic volvía «a casa» con la Copa, todo
Bilbao iba (como ayer) en familia al Ayuntamiento a verlos
llegar, a ondear banderas rojiblancas y a cantar el «Alirón»
y «Por el río Nervión bajaba una gabarra». Infatigablemente,
los domingos por la noche, cuando volvía a casa a cenar, mi
madre me preguntaba: «¿Qué ha hecho hoy el Athlétic,
Luisito?». Y se llevaba un disguto si «habíamos» perdido. Ya
he contado en «El otro árbol de Guernica» lo mucho que
significó para los niños vascos evacuados al extranjero,
durante la guerra, tener una camiseta del Athlétic que en
cada partido nos íbamos poniendo por turnos. Aquella
camiseta, como el árbol del patio al que llamamos «el árbol
de Guernica», fue para nosotros un acercamiento a nues-
tros hogares, un símbolo y una esperanza en los años de la
larga ausencia. Allí descubrimos, por nosotros mismos, lo
que en el Athlétic hay, real y verdaderamente, de cordón
umbilical hombre-tierra. Fue para mí muy emocionante
cuando en 1968 el Athlétic me concedió la camiseta de
jugador número 12, que me impusieron el entonces presi-
dente Egusquiza y Piru Gainza con el abrazo de mis
«compañeros» de equipo.
Lo de ayer, en Bilbao, fue algo más, mucho más que un
recibimiento futbolistico. Fue una fiesta cívica en su más
resonante y popular manifestación. Fue también una defini-
ción, una efemérides en la que un pueblo se definió a si
mismo. El lector encontrará fotografías y amplia informa-
ción en estas páginas de EL CORREO, y no voy yo a intentar
describir lo que mis compañeros ya describen y lo que
todos los lectores vivieron y vieron por sí mismos. Es un
hecho indiscutible que el fútbol ha pasado de la anécdota a
la categoría. Comenzó como deporte, se ramificó en espec-
táculo-negocio y se ha convertido en psicosociologia. La
Grecia diseminada en pequeñas ciudades-estados fue
tomando conciencia de su identidad totalizadora en aque-
llas Olimpíadas a las que Sócrates y Eurípides y Platón
acudían como acuden hoy los «hinchas» a los campos de
fútbol. Yo creo que, si hubiese que elegir un punto de
referencia istalizador de todos los vizcaínos, si hubiera que
elegir un símbolo unificador del alma popular de Bilbao y de
Vizcaya entera, ese símbolo, sin dudar, sería
el
Athlétic. Y
se comprende que así sea, porque, realmente,
el Athlétic
somos
nosotros...




