8 de marzo

Seis mujeres a la vanguardia

Media docena de protagonistas de vidas excepcionales nos las cuentan en primera persona. Conoce las historias de la primera registradora de la propiedad de Euskadi, de la mujer con más años cotizados a la Seguridad Social, de una madre de acogida pionera, de una youtuber con productora propia, de una víctima de violencia de género que desnuda su experiencia en las aulas y de una atleta paralímpica que dio un giro a su existencia tras sufrir un accidente laboral

Rakel Mateo

Diploma en los Juegos Paralímpicos de Río

«Mi vida es normal desde que tengo una 'pata de palo'»

:: Hizkuntze Zarandona

Rakel Mateo (1975) es un ejemplo de superación, esfuerzo y fortaleza. De los 12 a los 24 años sufrió anorexia. Dos años después, cuando por fin empezaba a ver la luz, un accidente laboral acabó con la movilidad de su pierna izquierda. Pero se propuso salir adelante. Era su juventud y se lo debía. Tras muchos años de lucha, juicios y visitas a médicos, a los 35 se subió a una bicicleta por primera vez. En agosto de 2013 aprendió a nadar y a correr con muletas y tan solo tres años después, el pasado mes de septiembre, compitió en los Juegos Paralímpicos de Río. Su vida, una sucesión de victorias contra mil dificultades, es la prueba de que nada es imposible.

Rakel Mateo

2001 es una fecha grabada a fuego en su memoria. La que se suponía una jornada de trabajo más en el supermercado, se convirtió en una pesadilla: 100 kilos de mercancía cayeron sobre su pierna. El diagnóstico inicial fue esguince de rodilla y tobillo. Nunca imaginó que ya no volvería a moverla. Pero pasaba el tiempo y no mejoraba. «Era incapaz de andar sin caerme. Fue muy duro. No me daban soluciones y mi juventud pasaba», recuerda. Cinco años después, pidió una segunda opinión y le explicaron que sus nervios estaban tocados. La operaron, pero no funcionó. Aún así, no se vino abajo. Ya no. Le pusieron un bitutor para estabilizar la pierna y desde entonces convive con él. Al igual que con la medicación que toma a diario. «He aprendido a vivir con el dolor –afirma sin perder la sonrisa–. Hace tres años que, por fin, puedo decir que, pese a las dolencias, soy feliz. Mi vida es normal desde que tengo mi 'pata de palo'».

En 2010 decidió montarse en una bici por primera vez. Y desde entonces, no ha parado. En 2013 aprendió a nadar y a correr con muletas y en septiembre de ese año consiguió lo que para muchos mortales se antoja imposible: terminar su primer triatlón, en Zumaia. Tan solo tres años después, alcanzaba el cenit de cualquier deportista: participar en unos Juegos Olímpicos. Necesitó 1 hora, 40 minutos y 33 segundos para completar los 750 metros a nado, 20 km en bici y 5 km corriendo de la prueba. Llegó octava y consiguió diploma olímpico.

Y eso que el material le jugó una mala pasada. «Cuando fui a coger la bici, una hora antes del pistoletazo de salida, la rueda trasera perdía aire. La hinchaban y s eguía perdiendo. No sé qué pasó. Si me la pincharon o qué...» Mientras sus rivales calentaban, Rakel lloraba de impotencia en su silla de ruedas: «Llegué a pensar que no iba a poder competir. Fue una tensión terrible. Al final no sé ni cómo llegué a la salida y me dije: ‘que sea lo que Dios quiera’».

Sabía de antemano que ninguna de las medallas llevaba su nombre porque «compito contra chicas que ‘solo’ les falta un pie y pueden mover las dos piernas. Incluso las dobles amputadas disponen de unas prótesis que les impulsa en la carrera a pie y yo tengo que arrastrar esto –señala la pierna– que es un muerto». Un dato: En la final de 1.500 metros masculina, los cuatro primeros paralímpicos corrieron más rápido que el primer olímpico. Sin duda, las prótesis tienen algo que ver. Pero Rakel es realista y le resta importancia. «Llegar a meta es mi medalla, mi victoria. Pero, ¿tú sabes lo que es para mí competir contra esta gente cuando solo llevo tres años en este mundillo? ¡Es la leche!», exclama.

Cuando no hace deporte, Rakel trabaja de técnico electrónico en Lantegi Batuak, a los que tiene mucho que agradecer: «Me ponen muchas facilidades con los horarios para que pueda entrenar y acudir a las pruebas». En Mungia, su pueblo, niños y mayores la paran por la calle. Ella se siente agradecida por todo el apoyo que recibe desde la Fundación Saiatu, para la que corre; su entrenadora Carmen Crespo, las instituciones vascas y gente anónima. «Un chico de Barakaldo se ha ofrecido a ayudarme de forma desinteresada para intentar crear una prótesis para mi rodilla, que me permita correr más rápido. Estoy súper ilusionada con esta nueva etapa y voy a luchar con todas mis ganas para volver a estar en unos Juegos». Seguro que lo consigue. Tokio 2020 la espera.