El espía nazi fusilado por el Gobierno vasco

Durante la Guerra Civil, el cónsul austriaco fue ejecutado en Derio por haber intentado sacar de Bilbao documentos con las claves de la defensa de la ciudad

El 19 de noviembre de 1936, en plena Guerra Civil, un pelotón de fusilamiento acabó con la vida del cónsul de Austria en Bilbao, Wilhelm Wakonigg. Las últimas palabras de este diplomático, condenado por alta traición, fueron “Heil Hitler”.

Wilhelm Wakonigg

Wilhelm Wakonigg

El 'caso Wakonigg' es el antecedente de las redes de espías que operaron en Bizkaia durante la Segunda Guerra Mundial, aunque esta trama no sólo trabajó activamente para Alemania, sino que colaboró también con los sublevados. En el momento de su detención, en octubre del 36, Wakonigg pretendía prestar un favor clave a los golpistas que preparaban en Burgos el final de la República.

Wilhelm Wakonigg había nacido en Austria en 1875 y llegó a Bizkaia a comienzos del siglo para trabajar en las concesiones mineras. Utilizó sus contactos para medrar en la sociedad bilbaína y en 1914 era ya el cónsul de su país en la capital vizcaína. Distintas fuentes consideran que en la Primera Guerra Mundial ya puso en marcha una red de apoyo a los submarinos alemanes que buscaban hundir la flota británica, para lo que creó una red de colaboradores que se encargaba de abastecer a estas naves de alimentos, combustible y munición. Tras la derrota de Alemania abandonó sus funciones diplomáticas, pero no sus gestiones con la nobleza austriaca. Él se encargó de que la emperatriz Zita, depuesta tras la derrota germana y la separación de Austria y Hungría, encontrase refugio en Lekeitio. Wakonigg era un católico ultra conservador, monárquico y radicalmente opuesto a todo lo que la Revolución de Octubre rusa había puesto en marcha en Europa. El movimiento nazi que Adolf Hitler estaba creando era su destino natural.

Con el inicio de la Guerra Civil, Wakonigg volvió a su actividad de cónsul. En Bizkaia, la colonia alemana contaba con una importante base social centrada alrededor de clubes culturales, asociaciones de ayuda y locales como el bar Germania. Esta comunidad, a la que ser incorporarían destacados nazis, sería la base de los espías alemanas que actuarían desde Bilbao en la Segunda Guerra Mundial. Precisamente, el Gobierno austríaco le pidió a Wakonigg que se encargase de la gestión de los visados de los ciudadanos de su país atrapados en un Bilbao en el que los horrores de la guerra eran mucho más que una premonición. Pero el consul quiso ir más allá del encargo que le habían encomendado.

El 28 de octubre de 1936 se encontraba en Las Arenas dispuesto a embarcar en un destructor inglés que pretendía poner a salvo a los miembros del cuerpo diplomático que huían de la guerra. En el puerto, agentes de la denominada Policía Internacional -el antecedente de la Ertzaintza- le detuvieron y se incautaron de su maleta. Al parecer, el Gabinete de José Antonio Agirre había recibido una confidencia de que el cónsul pretendía huir con información sensible.

Al abrir su valija se encontraron todos los documentos que evidenciaban que el austríaco era un espía. No sólo descubrieron textos sobre la situación de las defensas de Bilao. Llevaba también cartas de banqueros en los que se detallaba la situación económica de la ciudad o escritos comprometedores de otros diplomáticos con sede en Bizkaia. El objetivo, según se supo más tarde, era hacer llegar los documentos a Burgos, sede los sublevados, para que se utilizasen en el esfuerzo de guerra contra el Gobierno vasco.

Wakonigg fue encarcelado y el Gobierno vasco puso en marcha el proceso para juzgarle por alta traición. Se enfrentaba a una situación comprometedora, puesto que se trataba del representante de un país extranjero -no se había respetado la protección de la que dispone un cónsul- pero por otro lado la presión social, en especial de los partidos de izquierdas, exigía medidas radicales. Pero, además, el cónsul era el suegro de Luis de Ortúzar, el miembro del PNV encargado de la Policía, el máximo responsable de la seguridad interna en Bizkaia. Un tribunal popular le condenó a muerte el 17 de noviembre y dos días más tarde era fusilado. El Ejecutivo vasco decidió aplicar la pena máxima y rechazó todas las peticiones de indulgencia. El jeltzale Ortúzar, a raíz de este caso, fue destituido en el Gobierno vasco y enviado al extranjero.

Tras la Guerra Civil, los golpistas y los nazis intentaron rehabilitar a Wakonigg. Enterrado en Begoña, el Gobierno de Franco y el alemán le consideraron uno de los héroes muertos “por Dios y por España”. Los espías nazis que comenzaron a actuar en Bilbao ya tenían un mártir.