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Martina Gutiérrez Olea

Ama de casa (76)

El punto final de una historia maravillosa

Mi madre fue una de las víctimas del Alzheimer; esa cruel enfermedad aceleró en ella un injusto deterioro, y fue la causa de que fuera ingresada en una residencia de forma temprana. Tristemente, la vida ya le había castigado, pero aún estaba con nosotros y podíamos estar cerca, brindándole nuestro amor. Hasta que, de forma cruel y precipitada, el maldito coronavirus se encargó de ponerle un punto final a su historia. Murió a los 76 años en el Hospital de Eibar y no pudimos despedirnos de ella de la manera adecuada: con abrazos, besos y palabras de amor. A pesar de todo, mi madre supo disfrutar su vida de la mejor manera posible. Amaba pasar tiempo con su familia; sobre todo, con su marido, con quien se desplazaba hasta Bilbao para bailar en las salas, ya que ese era su pasatiempo favorito. Y otra de sus grandes pasiones era relajarse en la playa y disfrutar del mar y del sol de Benidorm, adonde fue los últimos veranos de su vida. Era discreta pero a la vez jovial. Muy amiga de los suyos, que seguro la guardarán para siempre en su memoria como una buena persona. También era encantadora con los niños, les entretenía con juegos y les sacaba muchas sonrisas. Ella era feliz así, haciendo felices a los demás. Su profesión era la de ama de casa, así que siempre fue muy dedicada con las personas que amaba. En todo momento, procuraba cuidarnos y darnos su cariño. Esta pandemia se ha llevado un corazón noble y limpio. Y nos ha dejado una sensación de amargura, impotencia y vacío.