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Benita López García

Ama de casa (82)

La eterna presumida

Siempre con los labios pintados, su pelo bien puesto y comiéndose la vida. La eterna presumida. Viviste una vida de trabajo y esfuerzo para sacarnos adelante a tus hijos. Mamá, nos dejas el aprendizaje y el corazón, lo más grande que se puede tener. Ha sido muy duro tener que dejar escapar tu vida, tu aliento y tu último suspiro entre mis manos mientras mi corazón saltaba en mil pedazos por la habitación en la residencia Abeletxe, de Ermua. Me vienen a la mente mil recuerdos y momentos. Eras una chuchera, te encantaban los dulces. Siempre nos comíamos uno todas las tardes con el cafecito. Esos momentos ya son nuestros y así permanecerán siempre. Cuánta falta nos haces aún, mamá. Nuestra vida era la tuya y ahora hay un vacío que nada lo llena. Tu risa cuando veías tu muñeca preferida, cuando te hacíamos tonterías y te partías de la risa. Recuerdo cuando jugábamos a la pelota en el salón. Te encantaba. Te hemos querido, cuidado y dado nuestra vida. Ahora solo nos quedan los pedazos rotos de nuestro corazón herido y tu enorme recuerdo. Ojalá nos arrope siempre. Tú descansa, cariño. Te lo mereces. Siempre apostaste por la vida hasta el final. Mil besos, madre. Llega un día en el que te escuchas hablando, regañando, cantando y llorando como ella. Y con cada paso vas entendiendo todo lo que alguna vez criticaste. Ahora, entiendo los límites, los retos, los miedos y las preocupaciones. Agradezco sus sacrificios, desvelos y tiempo. Y comprendo que todo se reduce a una palabra: amor.