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Encarnación Martín

Ama de casa (95)

La abuela Encarna

Para mí era ‘la abuela Encarna’; para mi padre, ‘madre’; para los demás simplemente ‘Encarna’; una persona humilde, familiar, religiosa, buena. En las conversaciones que mantuve con ella desde mi adolescencia supe que de su Baquerín de Campos natal añoraba sobre todo la luz, el sol y los cielos despejados. Se emocionaba cuando me hablaba del campo y de sus labores: acarrear, trillar… las conocía bien; las aprendió de sus padres que eran labradores. A mí me parecían palabras antiguas, que oía, pero no veía. Llegó a Vitoria en 1972. El abuelo Segundo había encontrado trabajo en una portería en el número 1 del Paseo de la Florida y allí vivían en el último piso: entrada oscura, amplio patio, una olla que resopla y la ropa que huele a recién planchada. A ella la veo menos. En los 90 vinieron a vivir a la calle Valladolid, un poquito más cerca de su querida Castilla. Aquí el espacio se desvanece y la abuela Encarna se vuelve protagonista: vestido rosa, chaquetita beige y mandil de cuadros de mil colores. Su bendita rutina ha moldeado algunos de mis recuerdos más lúcidos y gratos: leche migada en la cazuelita roja, mopa verde, pollo guisado con grandes trozos de zanahoria, mantel blanco con servilletas de cuadros, la silla de mimbre, la cajita gris con el rosario, toros, el ‘Pronto’, sopas de pan y su camisón blanco con una cenefa de encaje. Sus días eran así, sencillos y humildes como su buen corazón, que se tomó un merecido descanso un soleado 18 de marzo de 2020.