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Ana María Portilla

Dependienta y ama de casa (95)

Hainbeste maite izan nuenari

Te fuiste un 19 de marzo, el día de San José. En tu habitación quedó una imagen del santo guardando tu ausencia y tu memoria. Un hermoso San José de escayola policromada, recuerdo de tu abuelo. Viviste en la iglesia de San Pedro, donde tus padres, Mónica y Francisco, hacían labores de sacristanes y campaneros. A ti y a Mari Asun os tocó trabajar desde muy jóvenes y cuidar de la pequeña Amparo, que vino rezagada, para que la mayor, Micaela, estudiara. En una familia humilde no había estudios para todas. A los 14 años ya erais dependientas en comercios de la Virgen Blanca. Una atalaya excepcional para observar la vida cotidiana de aquella pequeña ciudad. Dejaste tu trabajo cuando te casaste con Jesús, ley no escrita para las mujeres de tu época; dejar el empleo para trabajar sin descanso en el cuidado de la familia. La vida te enseñó a ser valiente, optimista y cabal. Frisando los 90, te retiraste a la residencia Juan Pablo I, a los pies de los Montes de Vitoria, buscando reposo y descanso. Siempre afable y de buen humor, era difícil no quererte por compañera. En ese retiro te sorprendió la muerte, en forma de enfermedad traicionera y desconocida. No elegiste tu final, nadie lo elige. Podría haber sido mejor, pero fue el único posible. Mandamos un fortísimo abrazo a las religiosas y personal de la residencia, que se enfrentaron con el rostro descubierto, las manos desnudas y gran fortaleza a una tragedia sin medida, para cuidar de nuestros mayores. Gracias de corazón. Maite zaitugu, ama. Goian bego.