8 de marzo

Seis mujeres a la vanguardia

Media docena de protagonistas de vidas excepcionales nos las cuentan en primera persona. Conoce las historias de la primera registradora de la propiedad de Euskadi, de la mujer con más años cotizados a la Seguridad Social, de una madre de acogida pionera, de una youtuber con productora propia, de una víctima de violencia de género que desnuda su experiencia en las aulas y de una atleta paralímpica que dio un giro a su existencia tras sufrir un accidente laboral

Marina Marroquí

Víctima de violencia de género

«A mi maltratador le deberían caer 1.590 años de cárcel por lo que me hizo»

:: Yolanda Veiga

A Marina Marroquí se le «cayó la venda» cuando vio a su padre llorar. Después de cinco horas durante las que sus hermanos la llegaron a buscar «hasta por descampados», apareció en casa y su padre cedió a las lágrimas. «Me dijo: ‘No sabes lo duro que es saber que van a matar a tu hija y no poder hacer nada’». Porque su novio dijo que se iba a suicidar, pero que antes la mataba. El chico mayor (tenía 20 años) que había enamorado a una chiquilla (15) que solo sabía del amor «lo que había visto en cuatro películas». Marina sufrió violencia de género desde los 15 hasta los 18 años. «Un día calculé los años de cárcel que le tendrían que caer por todo lo que me hizo y me salieron 1.590».

Marina Marroquí

No le denunció... pero ya se ha vengado: «Lo que más duele al maltratador es que vuelvas a ser feliz». Lo es ahora que ha «cerrado la herida» y «ese dolor que si no sirve para nada pudre» ha cristalizado en una asociación de ayuda a mujeres maltratadas y en un programa de charlas preventivas a adolescentes. Marina (Elche, 28 años) ya ha hablado ante más de 9.000 chavales y en cada clase esta educadora social ha detectado algún caso de violencia machista. Igual que una profesora suya de la Universidad detectó que algo le pasaba a Marina, siempre tan «revolucionaria», aquella tarde en la que se abordaba en el aula el tema de la violencia contra las mujeres y ella enmudeció. «Se lo conté a la profesora, era la primera persona a la que se lo contaba en mucho tiempo».

Ahora lo relata casi cada tarde a los adolescentes que acuden a sus charlas, que imparte desde hace tres años. «Lo primero que les pregunto es por su estereotipo de mujer y hombre ideal. Dicen barbaridades como que les gustan las chicas ‘tetonas’, ‘guarras’, ‘sumisas’... y los chicos ‘celosos’, ‘guapos’, ‘chulos’... Lo dicen y se ríen, pero cuando les cuento mi historia se quedan petrificados. Y más de una de esas adolescentes chulitas que me retan con preguntas en medio de la clase me ha confesado luego que está sufriendo algo parecido».

La misma «escalera de maltrato» que padeció ella con su pareja. «Nos conocimos en un centro comercial. Él era voluntario de Cruz Roja y Protección Civil. Si me hubiera dado un tortazo en ese momento no habría salido con él, pero el primer año fue una luna de miel. Luego empezó a disfrazar el control de amor, te mira el móvil, cambias tu manera de vestir porque no le gusta, o dejas de maquillarte para contentarle y si un día te pones pintalabios hay bronca... Yo jugaba al fútbol, pero lo dejé por él, me alejé de mi familia, de mis amigas...». Y luego llegó el primer golpe, el segundo, las palizas, «morados» que no eran visibles porque «procuraba no golpear en la cara, sino en zonas ocultas por la ropa». «Se te cae el mundo, dices: ‘¿qué pasa?’. Pero para entonces ya eres demasiado dependiente. Te crees sus lágrimas, y si se pasa seis horas llorando en tu puerta le perdonas».

Marina no dijo nada en casa pero una doctora a la que había visitado a causa de una bulimia nerviosa provocada por el maltrato lo detectó. Se lo dijo a su madre, que entonces comprendió por qué su hija hacía tiempo no era «la de siempre». «Mi familia me sacó de allí pero yo volví con él doscientas veces porque era como una droga». Y siempre era igual: «Tratabas de no desatar su cabreo, pero si no era por una cosa me montaba la bronca por otra. Si tenía una ilusión puntual, la Nochevieja, un cumpleaños de una amiga..., se encarga de fastidiarlo con una discusión. A la gente le escandalizan las palizas, pero al día siguiente no duelen. Lo tremendo es la violencia psicológica».

La que abrió en ella una herida que no ha cerrado hasta que fundó la Asociación Ilicitana contra la Violencia de Género. «Es más difícil salir de la violencia que vivirla. Animamos a las mujeres a denunciar», explica Marina. Por eso su asociación no solo da amparo físico a las mujeres, les dota también de herramientas para que puedan volver a ser felices.

Y un subidón de felicidad o de algo parecido siente Marina cuando termina cada charla con los adolescentes, sesiones de tres horas que la dejan afónica por el esfuerzo. «En alguna ocasión el típico chulito, el macho alfa de clase, se ha acercado al final y me ha preguntado: ‘¿Te puedo dar un abrazo?’» Y ella siente que en ese momento el dolor, de repente, «ya no pudre».