8 de marzo

Seis mujeres a la vanguardia

Media docena de protagonistas de vidas excepcionales nos las cuentan en primera persona. Conoce las historias de la primera registradora de la propiedad de Euskadi, de la mujer con más años cotizados a la Seguridad Social, de una madre de acogida pionera, de una youtuber con productora propia, de una víctima de violencia de género que desnuda su experiencia en las aulas y de una atleta paralímpica que dio un giro a su existencia tras sufrir un accidente laboral

Begoña

Madre de siete menores en acogida

«Llamaron a la puerta y nos encontramos con una niña de ocho años con cara de miedo»

:: Yolanda Veiga

Cuando le planteamos a Begoña participar en este reportaje se extrañó porque no considera que su historia sea extraordinaria. «Extraordinario es lo que hace el voluntario de Médicos sin Fronteras o el misionero en África. Lo mío es casi egoísta. Cuando acoges niños recibes más que das. Que te abracen y te digan ‘ama, eres la mejor’ es impagable». Se lo dice a menudo la pequeña, que acaba de hacer 6 años y es «el juguete de todos». «A veces ‘riño’ a mi marido porque le consiente mucho y le tengo que recordar que no es su abuelo, que es su padre». Begoña tiene 61 años y su marido está ya jubilado, pero han tenido que volver al trajín de los deberes. Por la niña, que llegó a casa con catorce días. Con ella son ya siete los menores a los que este matrimonio ha abierto las puertas de su hogar en los últimos veinte años. Así que sí, la historia de Begoña es extraordinaria.

Begoña

«Fuimos los primeros en hacer un acogimiento de urgencia. De repente un día llamaron a la puerta y nos encontramos con una niña de 8 años que tenía cara de miedo. La pobre no entendía nada, y quería irse. Además, teníamos ya una hija biológica, de 10 años, y competía todo el rato con ella. Fue difícil». Al cabo de cuatro meses la niña regresó con su familia biológica, pero el contacto con Begoña siguió. «Venía a los cumpleaños y en una de esas visitas escondió la chaqueta detrás del armario porque así sabía que al día siguiente tendría que ir a por ella y nos vería de nuevo». Aquella niña asustadiza –«se llama Begoña y decía que le hacía mucha ilusión llamarse como yo»- es hoy una mujer de 27 años y vive con su pareja y la hija de ambos en Castro. «Tenemos mucha relación. El otro día me escribió por WhatsApp para preguntarme a ver qué me parecía el vestido y los zapatos que le había comprado a la niña para una boda».

Cuando se marchó Begoña acogieron a un niño nigeriano de seis meses, «un bebé precioso y grandote que no se reía y que al cabo de seis meses salió de nuestra casa a carcajadas»; y luego a otro bebé que no tenía ni el mes: «Había sido prematuro y era muy pequeñito. Nos advirtieron que lloraba día y noche, pero a la semana dejó de llorar». Estuvo también medio año con ellos. «Aunque en los acogimientos de urgencia los niños están de paso, el vínculo emocional es fuerte y las despedidas son durísimas». Para ellos y para su hija biológica, que los ha tratado siempre como a hermanos, «peleas» incluidas. «Siempre ha sido una niña muy solidaria, nada celosa. Le explicamos que iba a tener que compartir todo, incluso a sus padres y ella aceptó. Cuando era una cría de 4 años su andereño nos dijo un día que era tan generosa que repartía las galletas en el patio y se quedaba sin niguna».

El cuarto acogimiento que hicieron Begoña y su marido fue permanente, una niña de 10 años (uno menos de los que tenía entonces su hija biológica) que ha vivido con ellos hasta hace un par de años, cuando se ha independizado. «Venía de un acogimiento fallido y desde el principio me pareció demasiado perfecta. Ordenaba la ropa por colores, solo quería agradar... Tenía miedo de que la rechazáramos». No lo hicieron jamás. Pero no solo eso... siguieron acogiendo. Y así llegó otra niña, de tres meses de edad, y a la que «era desesperante dar de comer». Aunque lo que le llamó la atención a Begoña no fue eso. «Me dí cuenta de que no era un bebé como los demás. Con seis meses encendía los interruptores de la luz, a los ocho empezó a decir palabras, al año sabía todos los colores... Yo lo comentaba y me trataban como la típica madre chocha y resulta que la niña tenía altas capacidades». Se quedó con ellos catorce meses, y esa cunita que ya se le empezaba a quedar pequeña la ocupó después un niño rumano al que recogieron en Cruces con cuatro días. «Me apasionan los bebés y este era simpático, comía bien...».

Con las dos hijas criadas y cuando Begoña y su marido ya pensaban en una jubilación viajera llegó la pequeña, que es de acogida permanente (la Diputación de Bizkaia tiene la «custodia» y ellos la «guarda», aunque la menor ve a su familia biológica una vez al mes). «Hemos hipotecado el retiro porque la niña nos necesita, pero no me arrepiento ni un minuto. No la cambiaría ni a ella ni a ninguno por nada. Para mí, son todos hijos y para mi madre son todos sus nietos, no hace distinciones». Las distinciones las hacen a veces otros. «Alguna persona me ha preguntado si soy su amama, pero la niña enseguida lo clara: ‘No, es mi ama’».