27 años sin Muro de Berlín: ¿Vuelve la Guerra Fría?

En el aniversario de la caída del símbolo de la división del mundo en bloques, las relaciones entre Estados Unidos y Rusia atraviesan un momento crítico.

A. LAFUENTE

«Creo que el mundo está al filo de una situación peligrosa. Hay que detenerse». La advertencia es reciente y proviene de Mijail Gorbachov, expresidente de la antigua Unión Soviética, premio Nobel de la Paz y uno de los artífices de la caída del Muro de Berlín. Cuando se cumplen 27 años –la noche del 9 al 10 de noviembre– de la desaparición del símbolo por excelencia de la división del mundo en dos bloques, proliferan las voces que alertan de que estamos ante una segunda Guerra Fría. Y lo hacen porque las relaciones entre Estados Unidos y Rusia atraviesan un momento crítico.

Cuando hace más de un cuarto de siglo, 28 años después de su construcción, comenzó a caer el Muro de 45 kilómetros que dividía la ciudad de Berlín desde 1961, se abrió progresivamente una época de distensión mundial. Se disolvió la Unión Soviética, que comenzó a disgregarse. Rusia cayó en una profunda crisis económica y los bloques fueron poco a poco diluyéndose. Hasta que la llegada de Vladimir Putin al poder comenzó a fortalecer a la potencia rusa y los intereses geoestratégicos comenzaron a tensar las relaciones de las dos grandes potencias mundiales, con la inhibición de China, temerosa de asumir el papel político que le corrrespondería por su fortaleza económica.

La situación ha ido evolucionando y, pasados 27 años de la caída del Muro de Berlín, nos encontramos ante el riesgo de otra Guerra Fría. Los puntos de conflicto abiertos entre Estados Unidos y Rusia son numerosos, pero se resumen en tres: las armas nucleares; Siria y su posición estratégica en el Mediterráneo; y la supuesta injerencia rusa en las elecciones americanas.

Putin cruzó probablemente una línea roja cuando anunció tras el verano que Rusia abandonaba el tratado con Estados Unidos de reconversión de plutonio militar, uno de los pilares del programa de desarme que tenía como objetivo acabar con la amenaza de una nueva Guerra Fría. En respuesta, EE UU suspendió la cooperación con Rusia en Siria e incluso John Kerry fue más allá al acusar a Moscú de crímenes de guerra en Alepo.

Con Siria como fondo, las dos grandes potencias han tenido innumerables desencuentros, pero en el fondo de ellos se encuentra la intención rusa de establecer una base naval permanente en ese país en el puerto de Tartús, que hasta ahora le servía como puesto de abastecimiento en el Mediterráneo. Este movimiento ha llamado la atención a los analistas internacionales porque ni siquiera la extinta Unión Soviética, cuando tuvo desplegada en la zona a su V Escuadra naval (entre 1967 y 1992), llegó a contar con una base permanente en el Mediterráneo. A ello se une que Rusia tiene además con un puesto militar permanente en Siria, en concreto en la base aérea de Hmeimim, desde la que lanza los ataques aéreos.

El anuncio de esa base naval permanente coincidió con el despliegue de misiles del tipo Iskander, con capacidad nuclear, en su región de Kaliningrado, que limita con Polonia y Lituania, algo que no ha gustado a sus vecinos y pone de nuevo en jaque a la OTAN. Eso, y sus incursiones al límite del espacio aéreo de la Unión Europea con cazabombarderos que se acercaron hasta el Golfo de Bizkaia, o el intento de tres buques de la flota rusa que se dirigía a Siria de repostar en Ceuta, algo que al final no hicieron ante las presiones de la OTAN.

Y está por último el asunto del espionaje y las interferencias de Rusia en el campaña electoral americana. La sombra de Moscú parece estar tras la filtración de correos privados de políticos con el fin de desestabilizar las elecciones y favorecer al candidato Donald Trump. En ese sentido, el Partido Demócrata hizo público en junio el hackeo de sus sistemas, mientras una filtración posterior de emails publicados por Wikileaks causó revuelo en la víspera de su convención, ya que algunos mensajes apuntaban a que el partido se posicionó a favor de Hillary Clinton por encima de su rival en las primeras, Bernie Sanders. Se desconoce con certeza el nivel de implicación del Kremlin en estos hechos, pero por si acaso Donald Trump pidió en público a los ‘piratas rusos’ que publicaran el contenido de los correos que su rival borró de su cuenta cuando era secretaria de Estado. Se cumplen 27 años de la caída del Muro de Berlín, pero la Guerra Fría parece volver.

Un muro contra la emigración masiva

El Muro de Berlín fue un muro de seguridad que formó parte de la frontera interalemana desde el 13 de agosto de 1961 hasta el 9 de noviembre de 1989. Construido por la Alemania del Este, separó la zona de la ciudad berlinesa encuadrada en el espacio económico de la República Federal de Alemania (RFA), Berlín Oeste, de la capital de la RDA entre esos años.

El bloque dominado por la Unión Soviética sostenía que el muro fue levantado para proteger a su población de elementos fascistas que conspiraban para evitar la voluntad popular de construir un Estado socialista en Alemania del Este. En la práctica, el muro sirvió para impedir la emigración masiva desde la Alemania del Este y el bloque comunista hacia Occidente después de la Segunda Guerra Mundial.

Se desconoce el número exacto de personas que fallecieron al intentar traspasar la frontera a través del muro. La Fiscalía de Berlín considera que el saldo fue de más de 200 personas, incluyendo 33 que fallecieron como consecuencia de la detonación de minas.

27 aniversario de la caída del Muro de Berlín

La noche en que cambió el mundo

Además de simbolizar el derrumbe del bloque soviético y el fin de la Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín posibilitó la reunificación alemana un año más tarde y dejó vía libre a la Europea unida de hoy.

MARÍA EUGENIA ALONSO

No hicieron falta ejércitos, muertos ni largos combates. La última gran revolución europea fue obra de un pueblo sediento de libertad que, ayudado por un mundo en transformación, una diplomacia hábil y una cuota de azar, salió a la calle hace 27 años y logró lo impensable: tumbar el Muro de Berlín.

El 9 de noviembre de 1989 fue la fecha clave, aunque la caída del Muro había empezado mucho antes. Ese día se anunció oficialmente su apertura. El portavoz de la RDA, Günter Schabowski, comunicó ante la prensa una nueva ley sobre la libertad de viajar. Los ciudadanos de Alemania del este tendrán mayores facilidades para cruzar las fronteras. "¿A partir de cuándo?", pregunta el periodista italiano Riccardo Ehrman, en la sala. Schabowski duda, consulta los papeles, parece que no tiene demasiada información. En apenas 24 horas, había dimitido todo el Politburó, él había sido nombrado portavoz y desconoce que la nueva reglamentación es aún sólo un proyecto, no aprobado. "Según tengo entendido entran en vigor... de inmediato, sin demora", titubea Schabowski.

El portavoz de la RDA, Günter Schabowski - 27 años de la caída del Muro de Berlín

El portavoz de la RDA, Günter Schabowski / Archivo | RC

Aunque el anuncio era ambiguo y buscaba otro objetivo, el titular 'La RDA abre sus fronteras' copó de inmediato cables de noticias e informativos de la televisión y llevó a cientos de personas a reunirse ante un paso fronterizo de Berlín esperando cruzar al oeste. Desconcertados y sin instrucciones, los guardias comenzaron a dejar pasar a algunos de los congregados. Poco antes de la medianoche, ya eran 20.000 las personas que gritaban "¡Abran el portal!". A las 23.40 horas, la RDA daba la orden de abrir todos los pasos fronterizos de Berlín. El Muro, tendido la madrugada del 13 de agosto de 1961 para frenar el masivo éxodo a Occidente, caía también de noche y de forma casi imprevista.

Miles de personas se lanzaron a ver por primera vez el oeste esa misma noche. El símbolo de la opresión y la división que había torcido millones de destinos y había costado la vida a al menos 138 personas por intentar cruzarlo se convirtió súbitamente en protagonista de una fiesta que unió a ciudadanos de los dos Berlines en imágenes que daban la vuelta al mundo. Otras, en tanto, con martillos e improvisadas picas en las manos, compartieron desde arriba del muro la alegría de derribarlo trozo a trozo, muy cerca de la imponente puerta de Brandenburgo. Desde lejos los sombríos policías de la exRDA observaban recelosos, pero por el otro lado los improvisados anfitriones occidentales se fundieron en un emocionado abrazo con sus visitantes. El canciller de Alemania Federal, habiendo interrumpido abruptamente su viaje a Polonia, acompañado de Willy Brandt y otras personalidades, se mezclaron con la multitud para dar la bienvenida a los recién llegados.

La gente bailaba, gritaba, reía, se abrazaba... El Muro había caído. Y, con él, el mayor símbolo de una Guerra Fría a punto ya de acabar. Es el fin de casi treinta años de división entre las dos Alemanias y la prueba de fuego definitiva para la Perestroika de Mijail Gorbachov. Luego llegarían las dificultades, la complicada integración de dos sociedades completamente diferentes y separadas por un abismo económico, el largo camino de la reunificación... Pero los acontecimientos de aquella noche, retransmitidos por televisión a todo el mundo, quedarían grabados ya para siempre como uno de esos momentos en los que el pueblo parece ser, por una vez, el auténtico protagonista de la Historia.

27 aniversario de la caída del Muro de Berlín

La huella de los protagonistas

Mijail Gorbachov, Erich Honecker o Egon Krentz son algunos de los personajes que tuvieron un papel determinante en la caída del Muro.

ENRIQUE VÁZQUEZ

En sus memorias, el canciller alemán Helmut Kohl dice que Mijaíl Gorbachov, el líder soviético de entonces, le reconoció que el Muro de Berlín cayó (se abrió sin restricciones, de hecho) por la sencilla razón de que Moscú ya no tenía los medios para impedirlo.

Si, como parece deducirse del contexto, se refería a los medios ‘políticos’ (la legitimidad moral de una represión en toda regla) la explicación es la humilde y prosaica verdad de un hecho trivial que, siendo sensorialmente comprobable, ilumina el fin de un proceso complejo y largo: el hundimiento de la Unión Soviética.

Cuando el Muro fue abierto sin más y para siempre en la noche del 9 de noviembre de 1989 técnicamente aún existía la URSS (que duraría formalmente hasta diciembre de 1991), pero el reformismo democratizador y apresurado de Mijaíl Gorbachov y la aguda crisis económica habían dinamitado los resortes antioccidentales y condenado el recurso a medios militares.

Una cifra prueba lo dicho: cuando Erich Honecker, el poderoso y ortodoxo jefe del Partido Comunista (SED) y del Estado, dimitió solo tres semanas antes, cientos de miles de alemanes orientales se iban tranquilamente al Oeste a través de Checoslovaquia, que había abierto sus fronteras de par en par. La decisión de abrirlo, pues, tomada por su irrelevante sucesor, Egon Krentz (quien ocupó el poder 49 días) fue la visualización universal de un proceso, una metáfora didáctica de valor plástico inolvidable al servicio del fin del comunismo leninista.

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    La noche en la que cambió el mundo

    El 9 de noviembre de 1989 fue la fecha clave, aunque la caída del Muro había empezado mucho antes. Ese día se anunció oficialmente su apertura. El portavoz de la RDA, Günter Schabowski, comunicó ante la prensa una nueva ley sobre la libertad de viajar.

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    La noche en la que cambió el mundo

    Ciudadanos de Alemania del Este saltan el muro de Berlín tras anunciarse la apertura de la frontera de Alemania Oriental.

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    La noche en la que cambió el mundo

    Guardias fronterizos de la RDA observan a un grupo de jóvenes alemanes occidentales, tras derribar éstos un fragmento del Muro.

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    La noche en la que cambió el mundo

    Grupo de ciudadanos de Berlín Occidental destruyendo el Muro de Berlín.

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    La noche en la que cambió el mundo

    Hombre rompe el muro mientras una multitud le aplaude.

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    La noche en la que cambió el mundo

    Multitud de personas celebran la caída del Muro de Berlín en la Puerta de Brandeburgo.

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    La noche en la que cambió el mundo

    Foto de archivo tomada el 9 de noviembre de 1989 de la apertura de la frontera entre Berlín Este y Berlín Oeste.

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    La noche en la que cambió el mundo

    Miles de personas se acercaron al Muro de Berlín para celebrar su caída.

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    La noche en la que cambió el mundo

    Berlineses se amontonan para cruzan el Muro de Berlín.

Los padres de la criatura

El Muro había sido erigido súbitamente en agosto de 1961 en los días interminables del primer líder germano-oriental, Walter Ulbricht, jefe del SED por 21 años y algunos más como presidente y de estricta obediencia soviética. Oficialmente se trató de impedir “los agresivos complots del imperialismo occidental” pero hoy parece claro que su sucesor, tan ortodoxo como él, Erich Honecker, al frente del partido desde 1971, añadió a su real mala salud (convivió largos años con un cáncer) un cierto olfato: los días cambiaban y el camarada Gorbachov, lanzado a una luna de miel con Ronald Reagan y empeñado en cambiar la URSS de arriba abajo, nunca enviaría los tanques. El Berlín de 1989, sencillamente, no era el Budapest de 1956 ni la Praga de 1968…

La pareja Kohl-Gorbachov tuvo el protagonismo que da el calendario a un hecho sobrevenido: ambos eran los líderes de la República Federal de Alemania y la URSS, los dos mundos que latían en la inmediata retaguardia del histórico proceso de desmontar el invento y cancelar, mal que bien, la larga Guerra Fría. Pero ninguno, siempre por el calendario, tuvo nada que ver con su construcción: del lado soviético en agosto de 1961 Nikita Jruschov era el líder total, en cuanto que jefe del PC y del gobierno y del lado alemán, era alcalde-presidente de Berlín (que siempre tuvo el status de una ciudad-estado) Willi Brandt, socialdemócrata, quien la gobernó entre 1957 y 1966.

Esta pareja, en cambio, sí tuvo que ver con el futuro de la capital asediada desde el lado pro-soviético. Jruschov, quien corriendo riesgos y con mérito había liberalizado la vida en la URSS, hizo en 1958 una propuesta notable que un castizo podría describir como “ni para ti ni para mí”: declarar a Berlín “Ciudad Libre”… Brandt, que se sepa, ni lo consideró y rechazó la proposición.

Sabía bien que, además del gobierno federal, entonces instalado en Bonn, podía contar sin duda alguna con un tal John F. Kennedy, que el 26 de junio de 1963 se autoproclamaría un berlinés más (“Ich bin ein Berliner”) durante su apoteósica visita a la parte occidental de la ciudad. Brandt pisaba sobre seguro, tras haber establecido una calurosa relación personal con el joven presidente, a quien había visitado en la Casa Blanca solo unas semanas después de su elección.

El fin de una ilusión

Así, puesto en el mapa geopolítico de una posguerra que había dividido a Europa en dos partes aparentemente irreconciliables (pero que se reconciliaron rápidamente en cuanto la presencia soviética se aflojó y finalmente desapareció) el Muro pasó de la apoteosis neostalinista de su aparición en 1961 a su lenta erosión, política y social literalmente paralela a la liberalización gorbachoviana y a la menos valorada y peor conocida efervescencia pro-democrática en algunos Estados del ‘glacis’ soviético instaurado tras el triunfo ruso en la II Guerra mundial en 1945, singularmente en Hungría, Polonia y Checoslovaquia.

Su fin solo fue aparentemente abrupto: el Muro estaba condenado por lo que Ortega y Gasset gusta llamar “Su Majestad la vida”, que aparece descontrolada a falta de un conductor único y se encarga de dinamitar los diseños aparentemente seguros y vitalicios. Su caída fue el clásico fin de una ilusión… en la primera acepción del Diccionario: representación sin verdadera realidad sugerida por la imaginación o el engaño de los sentidos… Europa está mucho mejor así y, aunque algunos no lo crean todavía, Rusia también…